El cerebro atrofiado o descerebrados sin emociones

2022-12-08 12:22:45 By : Ms. Cherry Hu

¿Pensamos lo que sentimos?, ¿sentimos lo que pensamos?

(En recuerdo del maestro Miguel Flores)

Tal vez por la rapidez con la que vivimos o la inmediatez por el nuevo hábito del uso de internet para todo, nuestro cerebro se ha ido adaptando a otras formas de asimilar o de ejercitarse.

Se supone que el cerebro es un órgano como los que mantienen funcionando el organismo humano y cada uno de ello cumple un cometido para mantener el equilibrio o lo que comúnmente llamamos salud. Cuando los músculos se ejercitan hay resultados palpables, tanto internos como externos. De un cuerpo enclenque a musculoso la diferencia es abismal, pero los órganos internos, aunque no sean visibles también están sujetos a la efectividad o colapso según el uso o desuso. 

Hay una regla física infalible que vaticina que órgano que no se usa se atrofia. Ese argumento ha sido brutal para comprender que la falta de lectura pone en serio riesgo a nuestra capacidad de raciocinio: al dejar de leer dejamos de ejercitar el descifrado o decodificación de signos e interpretar el mundo. Así de simple.

La lectura es el aceite que lubrica los entresijos del cerebro, por decirlo al modo ranchero porque no solo usamos la vista, sino que remitimos las letras y palabras a los confines de nuestro entendimiento y logramos darle sentido y entender el significado. Entonces, leer no es posar la vista sobre letras, recorrer las líneas con la mirada, avanzar párrafo tras párrafo u hojear, sino activar el cerebro, encender los botones de atención y concentración, desarrollar la máxima cualidad de homo sapiens, que es conocer y acumular sabiduría, elevarnos al análisis y detonar la imaginación. ¿Hay otros seres que dominen o desarrollen estas facultades en la faz de la tierra? 

Aparte de que el homo sapiens acumula conocimientos a través de la lectura, escritura y experiencia, existen otras dos características: las emociones y las pasiones que también están conectadas con el cerebro. Un descerebrado no tendrá emociones ni pasiones. 

¿Pensamos lo que sentimos? ¿sentimos lo que pensamos? ¿razonamos lo que creemos? ¿creemos lo que especulamos?

Se puede afirmar que son dos cosas diferentes o que cada una anda por la libre. Que el creer en algo está reñido con la razón, o al menos asi lo postularon los positivistas. Que la fe es del terreno religioso y la razón es del dominio científico y por lo tanto nada tienen en común ni mucho menos pueden cohabitar en nuestro cerebro.  

O aún más: ¿qué demonios tienen que ver las emociones con la razón o la razón con las pasiones?. Podemos llegar a la conclusión que todo tiene que ver.

Sin embargo, nuestro cerebro cada día se ha hecho -o lo hemos hecho- más perezoso; las emociones están a la orden del día para suplir las decisiones y las pasiones están trepadas por sobre la razón y la emoción.

Con una democracia que queremos dejar irresponsablemente en internet por la comodidad de la inmediatez; con gobernantes que abusan del lenguaje, tergiversan los datos amparados en la posverdad o alternancia de la verdad; con redes sociales que han estallado como nunca el tributo a la vanidad, las modas, petulancias exóticas y variadas y pornografía al alcance de cualquiera. 

Nuestro cerebro ahora es perezoso. Lo hemos despojado de muchas funciones que antes nos mantenían más atentos y con más conocimientos. Hoy nos hemos rendido ante dispositivos digitales que casi hacen y saben todo por nosotros.  

Hemos perdido la capacidad de memorizar números telefónicos de nuestros familiares y amigos e inclusive ni el de nosotros lo sabemos dando la respuesta tonta y desfachatada de que: “yo nunca me marco”.

Las operaciones básicas de matemáticas, por lo general, no son parte del acervo de conocimiento instantáneo que se tenía. Las tablas de multiplicar, operaciones de suma o resta por simples que sean, son consultadas en la calculadora del celular. Somos los más despistados para ubicación y para trasladarnos a cualquier lugar o para encontrar una dirección, hemos olvidado la lógica de la nomenclatura, de las calles o los números pares y nones y programamos “maps” para que nos lleven de la mano hasta la puerta del domicilio que buscamos, con el agravante de que si nos dejan ahí sin GPS no sabemos cómo regresarnos.

No hay duda de la facilidad y comodidad que hemos encontrado con la tecnología, pero también debemos reconocer que nos ha hecho de cerebro flojo o perezoso. Ante cualquier reto a la memoria de recordar una fecha o un nombre, no hacemos ningún esfuerzo por localizarlos en los casilleros del cerebro: simplemente acudimos al  “Sr. Google” y obtenemos la respuesta. Eso sí, somos unos seres con la información de inmediato ante cualquier duda, pero somos los más desmemoriados de todas las épocas. Aunque ahora le echamos la culpa a secuelas de Covid19 por tener menos capacidad de retención y nos auto justificamos. La realidad es que al cerebro los hemos desacelerado.

Las emociones, por esa misma razón, también se han cansado. La declamación de poemas cada vez es menos porque la memoria se usa menos.

El amor escrito, las cartas redactadas a los seres queridos casi se han esfumado. Le echamos la culpa a que no hay carteros para que entreguen las cartas en otro autoengaño, pero la expresión de emociones y sentimientos son reducidas a códigos, a base de iniciales o de señas y emoticones por la pereza de contestar en forma y adecuadamente.

En los grupos de WhatsApp es muy común la respuesta con un dedo índice hacia arriba a cualquier mensaje que les llega. Por supuesto, que ni siquiera lo abren y menos los leen, porque nos hemos reeducado en un lenguaje abreviadísimo, inmediato y sin sustancia. 

Parece una atrofia del corazón. Qué flojera “leer”, qué pesado abrir un documento, cuando todo es más fácil y entretenido ver en un meme, un chiste, Tik Tok. La imagen por sobre la letra, el dibujo encima del texto, la foto en lugar de la idea. Y para ver no se requiere el cerebro, solo la vista.

Al estar al garete nuestras emociones, la política y los gobiernos han hecho su irrupción y aprovechan la pereza de pensar o razonar y las manipulan para obtener beneficios. Nos ven embelesados haciendo una reverencia casi permanente ante los celulares que por ahí se van filtrando. Hace varias décadas, los nazis hicieron los mismo por medio de la radio. Ese aparato, que tenían dentro de sus hogares, era un receptor ideal para sus mensajes y quienes no contaban con uno de ellos, se lo regalaban. Con eso fueron aflojando el cerebro hasta llegar a lo que conocemos a través de la historia.

Otros gobiernos usan la televisión para manipular las emociones de los ciudadanos esclavos del aparato receptor y visualmente -sin razonar- les llegan los contenidos envueltos en supuestas verdades oficiales.

Y más recientemente, los teléfonos celulares son los nuevos receptores que no tan solo están en casa, sino los portamos siempre con nosotros y a cualquier lugar y hora, con el pretexto de que es nuestro GPS, nuestra calculadora, nuestro directorio de teléfonos y que estamos desprovistos de mecanismos de un cerebro ejercitado, activo y alerta y envían por ahí, mensajes emocionalmente provocadores o atractivos o emociones colectivas.

Y como el cerebro se usa cada vez menos, no tiene mecanismos de defensa.

 En conclusión: órgano que no se usa…se atrofia   

Por lo tanto, volvamos a la lectura, regresemos a leer, aunque sea en los dispositivos electrónicos, pero leamos para activar el cerebro.